martes, 23 de junio de 2009

La traducción de la Poesía

Yves Bonnefoy

Traducción de Arturo Carrera. Pre-Textos. Valencia, 2002. 97 páginas.

· ( 19/06/2002 )







Nacido en Tours, en 1923, Yves Bonnefoy estudió Matemáticas y Filosofía en la Universidad de Poitiers y La Sorbona. Ha ejercido la docencia en diversas universidades y desde 1981 es profesor del Collège de France. Desde su revelación en 1953 con el poemario Du mouvement et de l´immobilité du douve ha sido considerado una de las voces más importantes e innovadoras de la poesía en lengua francesa. Ha traducido al francés la mayor parte de las tragedias de Shakespeare y es autor de importantes ensayos sobre historia de las formas estéticas.


Como Mallarmé, como Eliot y como Valéry, Bonnefoy es un poeta doctus, al que la estructura sintagmática del discurso le atrae e interesa tanto como las distintas fases y momentos de su propio proceso intelectural. Para él no basta con decir, porque, para decir, antes hay que saber y ese saber exige un pensamiento previo de las cosas: un conocimiento que sólo se produce en y desde y a partir del rigor.

Y ese conocimiento y experiencia del rigor es lo que, a propósito de la traducción, expone aquí en una varia colección de textos que van desde la entrevista a la conferencia y que se caracterizan por la unidad de sentido que en torno a dos ejes -la lengua y la palabra- constituye su hilo conductor.

Para Bonnefoy “la traducción de la poesía es poesía en sí” porque “la poesía no significa: muestra”. Y eso que muestra es “la resonancia de lo absoluto” que siempre está más allá de las limitaciones impuestas por los conceptos o por la representació n. Para Bonnefoy, decir “es la especificidad del poeta, el acontecimiento de habla sin el cual la poesía no tiene lugar”. Su sentido -si lo hay- son “las situaciones de existencia”: lo que llama “el estado cantante”. De ahí que el primer objeto de su atención sea el ritmo: la música definida como mar por Baudelaire. Lo que no le impide reconocer que, en materia prosódica, ninguna lengua es capaz de transitar los caminos de otra, y que “los mejores poemas se escriben con las palabras que sabemos utilizar mejor en nuestra propia vida”. Por eso, el traductor debe reiniciar “en su persona el mismo movimiento por el que el poeta supo llevar en su significado sin fondo la unicidad de su propio decir”. Para Bonnefoy, traductores y poetas “forman parte de la misma comunidad”: la que capta “los cambios en la conciencia del mundo”, y los reinterpreta de un modo histórico y lingöísticamente practicable, al adaptar a cada instante y cada lengua unos signos en continua modificación.

Bonnefoy ve la traducción y la poesía como el pretor romano veía la legislación: como edictum perpetuum. Llegado a este punto, reflexiona sobre la diferencia y la otredad de un modo que no es el usual: “la apertura que deja al otro el derecho de encerrarse en el estado presente de su evolución histórica renuncia a la voluntad de examen y de cuestionamiento que la razón y su necesidad de valores, que no pueden ser sino universales, tiene, sin embargo, el deber de ejercer sobre todo acto humano, ya sea éste un hecho ajeno o propio”. Por eso insiste en que la traducción de la poesía supone una “liberación de lo universal” y una “reapertura del campo de la razón” tanto vital como histórica.

En sus respuestas a Jean-Pierre Attal en 1983, distingue entre la traducción -que es una operación cerrada- y la interpretación -que está continuamente abierta; afirma que “las palabras son intraducibles” , pero las frases no; y sostiene que “la función de la poesía es inquietar al lenguaje” al llevarnos a instantes transverbales. Eso, y no otra cosa, -explica- es lo que hacen la poesía y la traducción: “despejar un lugar de habla, o reencontrarlo” . Y ello por dos razones: a) porque la traducción es “la designación que hacemos de otro, pero es también una búsqueda de sí [...] mediante una escucha atenta del habla de otro”; y b) porque la poesía siempre ha sido “una conversación a través de los siglos”.

Diez años más tarde y al mismo entrevistador le dirá que traducimos para revivir “la experiencia poética, para impregnarnos de ella allí y sólo allí donde es ella posible: en el habla y en la escritura con las que uno vive, experimenta y hace la obra”. Se comprende, pues, que la traducción para él sea una “escuela del respeto”, un sitio de “reabastecimiento” de lenguaje en curas de silencio, que contribuye a ese “hacer de la nada el lugar del sentido” que fue siempre el proyecto de la humanidad. Interesante, desde otro punto de vista, es su digresión sobre “la frase corta y la frase larga”, en la que compara el discurso francés con el inglés y opone el ensayista, que ha hecho al primero, con el scholar que ha hecho posible el segundo. Y su entrevista con Mai Mouniana, en la que desarrolla su idea de la interpunción y su uso de los dos puntos.

La Traducción de la Poesía es una poética, más que una teoría, de la traducción: en ella Bonnefoy muestra, entreverados, al poeta y al pensador que es y explicita algunas de las claves de su escritura y su pensamiento político y poético
. Su densidad no anula su intensidad, visible siempre en una prosa caracterizada no menos por la pasión que por la inteligencia.

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