sábado, 25 de abril de 2009
Catulo 35
Al tierno poeta, a mi compañero, a Cecilio, quisiera, papiro, que le digas que venga a Verona, y dejé atrás las murallas de la Nueva Como y las riberas del Lario. Pues quiero que conozca ciertas reflexiones de un amigo suyo y mío. Por eso, si se da cuenta, devorará el camino, aunque una radiante muchacha lo reclame mientras él se aleja, y echándoles ambas manos al cuello le suplique que se quede, la que ahora, si mi información es verdadera, se muere por él a causa de un amor desenfrenado. Pues en el momento que leyó La señora del Díndimo iniciada, desde entonces, el fuego abraza a la pobrecita hasta la médula.
Te perdono, muchacha más sabia que la musa sáfica. En efecto, Cecilio inició Magna Mater de un modo digno de Venus.
Te perdono, muchacha más sabia que la musa sáfica. En efecto, Cecilio inició Magna Mater de un modo digno de Venus.
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