sábado, 13 de marzo de 2010

Ovidio

Ovidio Naso. Epistulae Heroidum.
Este es el intertexto del relato del amor de Dido y Eneas en la Envida de Virgilio (Canto IV). EL primer grupo de cartas de las heroínas de Ovidio fue compuesto después del año 17 a C, tras la publicación del poeta que respondía a las órdenes de Augusto. La Heroida VII, texto patético hasta las lágrimas, se propone como una parodia del de Virgilio y propone otro modelo de virilidad, el de los poetas elegíacos.


Heroida VII.


Recibe Daradánida el poema de Elisa, la que va a morir, las últimas palabras que lees de mí estás leyendo.

Así, al llamarlo los hados, echado en las húmedas hierbas a orillas del Meandro, el albo cisne canta. Y no porque espera que vos por mi ruego puedas ser conmovido hablo: emprendimos algo, siendo un dios enemigo. Sin embargo, puesto que malamente perdí la reputación del mérito, el cuerpo y el espíritu púdico, perder las palabras el leve. No obstante, estás decidido a irte y a abandonar a la mísera Dido y los mismos vientos llevarán las velas y la confianza. Estás decidido a irte ,Enea, a soltar las naves con nuestra alianza, y a ir detrás de los reinos itálicos, los cuales ignoras donde están. Y no te conmueven ni la nueva Cartago, ni las elevadas murallas, ni la totalidad de las cosas entregadas. Huís de lo que hiciste, y perseguís lo que está por ser hecho. Otra ha de ser buscada por el orbe, otra tierra buscada por vos. Aunque encuentres esa tierra, ¿quién te la dará para que la tengas?¿ Quién dará sus campos a desconocidos para que los posean? Otro amor existe, otra Dido vas a tener, para que por segunda vez la engañes, otro compromiso será dado. ¿Cuándo será que establezcas una ciudad tan grande como Cartago y veas a tu pueblo, engrandecido, desde una ciudadela? ¿Aunque todas estas cosas ocurran y los dioses no retrasen tus juramentos, dónde habrá para vos una esposa que te ame así como lo hago yo? Me quemo como las teas embadurnadas de azufre, como píos inciensos colocados en piras funerarias extinguidas. Eneas siempre estás adherido a mis ojos vigilantes, a Eneas el día y la noche restituyen en mi alma. En efecto, él es mal agradecido y sordo a las obligaciones y de él querría yo carecer, si no fuera una necia. Sin embargo, no odio a Eneas, aunque mal reflexiona pero lamento que sea ingrato y, tras quejarme, lo amo de peor manera. Venus, contempla a tu nuera y rodea, Cupido, a tu duro hermano, que Eneas milite en tus campamentos militares. O que me dé el comienzo de mi cura, pues no lo desdeño. Soy engañada y esta imagen es construida para mí desde algo falso: aquel es diferente de su madre. A vos la piedra, los montes y los robles nacidos en altas roca, a vos las fieras salvajes te han engendrado; o el mar, como lo ves ser aun ahora agitado por los vientos. ¿A dónde, no obstante, te preparás para ir con oleajes adversos, a dónde huís? La tempestad te cierra el paso. Su servicio me ayuda. Mirá cómo el Euro levanta revueltas olas. Lo que prefiero deberte a vos, dejáme que se lo deba a las tormentas; son el viento y la ola más justos que vos. No valgo tanto como para que te mates mientras huís de mí a través de largos mares. Ejercés odios valiosos y que mucho te cuestan si, con tal de librarte de mí, el morir es poco para vos. Ya se calmarán los vientos y aplacado igualmente el oleaje Tritón se correrá por el mar con potros azules. Ojalá vos también fueras mudable como los vientos. Y lo serás, si no vencés a los robles en dureza. ¿Qué pasará si ignorás que pueden los mares insanos? ¿En el agua, detenida tan mal tantas veces todavía confiás? Aunque soltés amarras hasta cuando el mar te persuada, mucho de triste, empero, el mar dilatado tiene. Y no ayuda haber violado la confianza a quienes tienta el mar , ese lugar ejecuta el castigo a la perfidia, sobre todo cuando Amor fue herido, pues la madre de Cupido dicen que nació desnuda en las aguas citereas. Perdida temo perder o dañar al que me daña; o que, náufrago, beba el enemigo marinas aguas. Viví, te lo ruego, mejor así que en el funeral yo te pierda, que mejor se diga que vos sos la causa de mi muerte. Imaginemos que a vos- y ningún peso hay en este augurio-te atrapa una rauda ola; ¿qué pensarás? Los perjurios de tu falsa lengua te asaltarán de pronto y Dido, por engaño frigio, a morir será forzada; surgirá ante tus ojos la imagen de una esposa engañada, triste y sanguinolenta, con los cabellos revueltos. “Todo lo que sea, lo merecí, perdonáme”- dirás, y cuantos rayos caigan, creerás que te los lanzan a vos. Dá breve pausa, tanto a la furia del mar como a la tuya; un viaje seguro va a ser el premio a tu demora. No te preocupés por mí, perdoná a Iulo, tu hijo pequeño. Es suficiente con que me mates a mí. ¿Qué merece tu hijo y los dioses Penates? ¿Hundirá la ola a dioses salvados de los fuegos? Los llevas con vos, ingrato, tus reliquias y tu padre oprimieron tus hombros según alardeás. En todo mentís, porque tu lengua no comienza a engañar por nosotros, no soy yo la primera a la que herís. Se preguntará dónde esta la madre de Iulo hermoso, sola murió, abandonada por su duro esposo. Estas cosas me habías contado, me conmovieron. A partir de entonces, va a ser menor mi pena que tu culpa. Y no tengo mente incierta de que te condenen mis númenes: te agita el séptimo invierno por el mar, por las tierras. Las olas te arrojaron y yo te recibí en un refugio tranquilo, y apenas alcancé a oír tu nombre te di mis reinos. Pero ojalá hubiera estado contenta con esto, y sepulta estuviera la fama de aquel concúbito. Me dañó aquel día en que, bajo profundo antro, nos empujó con súbitas aguas la azul tormenta. Una voz había oído, creí que aullaban las ninfas, las Euménides dieron señales a mis hados. Exige el castigo, pudor dañado y derechos violados del lecho, que no se afloje mi fama hasta mi muerte. Y ustedes manes de mi alma y cenizas de Siqueo, hacia los que llena de pudor acudo, ay miserable de mí. Tengo a mi sagrado Siqueo en un templo marmóreo; lo cubren frondas puestas al frente y vellones blancos; de ahí cuatro veces por boca conocida he sentido que me llamaban, él me ha dicho con sonido tenue: - Vení Elisa. No hay demora alguna, voy, voy a ti entregada, consorte; pero soy lenta, tras haber perdido mi pudor, él está quitando la maldad a mi falta. Su diosa madre, su padre anciano, la pía carga de su hijo, me dieron esperanza de que Eneas sería esposo duradero. Si erré, mi error tuvo causas honestas, añadí la confianza: en ninguna parte hay que llorarlo. Durá hasta el extremo y perseguí el final de mi vida esa continuidad de mi hado que antes hubo. Cayó mi esposo asesinado ante los tirios y el premio de tan gran crimen mi hermano tiene. Me echan desterrada y dejo los restos de mi marido y de mi patria y siguiéndome un enemigo voy por duros caminos. Me voy a lo desconocido, y escapando de mi hermano y del mar, compro la playa, pérfido, que te he donado a ti. Establecí una ciudad y fijé murallas tendidas bastamente, envidiables a los cercanos sitios. Se hinchan guerras, por guerras soy tocada- extranjera y mujer- y preparo las puertas y armas de una urbe aun sin terminar; plací a mil pretendientes, que se me acercaron quejándose de que preferí aun don nadie más que a sus tálamos. ¿Por qué dudas en entregarme, atada, al Getulo Yarbas? Yo misma ofrecería mis brazos a tu crimen. También está mi hermano, cuya mano impía da culto a los celestes. Si eras vos que iba a dar culto a los que salvaste del fuego, los dioses, de haber sido fuegos salvados se duelen. Y acaso, criminal, abandones a una Dido embarazada y se oculte encerrada en mi cuerpo una parte de vos. A los hados de su madre se acerca el pobre niño, serás el autor de la muerte del que no ha nacido aun, el hermano de Iulo morirá junto con su madre. Una sola pena arrastrara a los dos juntos. Pero los dioses ordenan partir, querría yo que hubiesen impedido que llegaras, la tierra púnica no hubiese sido oprimida por los teucros siendo un dios favorable. Digamos que sí, serás agitado por los vientos adversos y gastarás largas temporadas en un mar rabioso, deberías volver aun con tanto esfuerzo si Pérgamo fuera tanto como era cuando Héctor vivía. No buscás la patria sino las olas del Tiber. Digamos que llegás adónde quereés, serás extranjero. Como se esconde, como evita tus naves la tierra buscada inaccesible te tocará apenas cuando seas viejo. Mejor recibe estos pueblos como dote y las riquezas de Pygmalión traídas tras deshacerte de aquello que es tortuoso. Transporta con dicha Ilion a la ciudad Tyria. Quedáte con este lugar y con el cetro sagrado del rey. Si tu mente está ávida de guerra, si Iulo busca donde hay un triunfo para su propio Marte, le ofreceremos enemigos que superar para que no falte nada, este lugar toma leyes de paz y armas. Vos solo, por tu madre y las flechas fraternas y por los objetos Dardanios sagrados, compañeros de dioses en fugar, así venzan, aquellos de tu gente que llevas, que Marte feroz sea la medida de tu condena, que Ascanio viva feliz sus años y los huesos del anciano Anquises descansen tranquilamente. Cuida la casa la cual se te entrega para que la tengas, te lo suplico. ¿Decíme cual fue mi crimen excepto amarte? No soy oriunda de Pthios o de la magna Micenas ni mi marido ni mi padre estuvieron en tu contra. Si te avergonzás de que sea tu esposa, seré llamada no novia sino anfitriona. Con tal de ser tuya Dido soportará ser cualquier cosa. Los mares que golpean la costa africana me son conocidos, en cierto tiempo dan vía libre, otras veces lo niegan. Cuando el viento dé vía libre ofrecerás tus velas a los vientos, algo leve retiene tus naves ahora arrojadas. Mandáme que observe la ocasión, te irás más seguro y si querés yo misma impediré que te quedes. Los compañeros reclaman un descanso y la flota destrozada exige, aun sin reparar, una pequeña demora. Por lo que me merezco y si te debemos alguna cosa más, por la esperanza de una unión pudo un poco de tiempo gasta que el mar se apacigüe y hasta que la costumbre atempere el amor y aprenda a poder soportar con esfuerzo la tristeza. En caso contrario, tengo la decisión de quitarme la vida, no tienes más tiempo para mí. Ojalá vieras cual es la imagen de la que te escribe, escribimos y la espada Troyana está en mi regazo. Las lágrimas corren por las mejillas hacia la corta espada, que será manchada ya con la sangre en vez de con las lágrimas. ¡Cuan conveniente a mis hados tus regalos! Levantás nuestro sepulcro con poco. Y mi pecho ahora no es herido por primera vez con un arma, este lugar tiene una herida salvaje de salvaje amor. Ana hermana, hermana Ana, cómplice desafortunadamente de mi culpa, ya darás las últimas ofrendas a mis cenizas y no me veo inscripta como Elisa de Siqueo una vez consumida por el fuego; este texto estará en el mármol de mi tumba: “Eneas proporcionó la causa de mi muerte y la espada, Dido sucumbió tras hacer uso ella misma de su mano”.



Traducción: Leonor Silvestri.2004.

1 comentario: